Rojo y gris by Luisa Carnés

Rojo y gris by Luisa Carnés

autor:Luisa Carnés [Carnés, Luisa]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2018-05-01T04:00:00+00:00


UN POBRE HOMBRE[1]

I

ANTES de ser un pobre hombre fue un buen chico.

En el colegio era inculpado de las travesuras realizadas por sus condiscípulos; en casa, era habitual que cuando se rompía un objeto o desaparecía una manzana del aparador (a veces era naranja, a veces, plátano), a la interrogación de la madre: «¿Quién ha cogido del frutero un…», lo que fuese, respondieran los chicos, después de mirarse unos a otros: «Ha sido Manolín». Además, como era el menor, se le arreglaban los trapos viejos que dejaban sus hermanos y convertían en trajecitos bastante aceptables.

En la casa no había más que seis tazones, y los chicos eran siete, por lo cual había que agregar una taza que tenía pintado en el fondo un gallo rojo, y que ninguno de ellos se resignaba a aceptar, aunque era algo menor que los tazones.

—Vamos, no pelear más —decía la madre, cortando los altercados que suscitaba cada mañana la taza del gallo rojo entre sus vástagos—. Para Manolín, que es la mejor. ¿Verdad, hijo mío? ¡Si es más bueno, mi niño!…

Manolín sonreía satisfecho y se bebía a pequeños sorbos el café contenido en la taza de la discordia.

Interiormente, le llenaba de alegría ser el mejor de los hermanos. Le alegraba, hasta hacerle enrojecer, que las señoras que visitaban a su madre le dijeran, refiriéndose a él y pasándole una mano por el cabello rubio: «Manolín, tan bueno como siempre, ¿no?».

Era de una sensibilidad enfermiza. Se emocionaba por todo, pero especialmente con la música… ¡Oh, la música!…

Cuando su hermana mayor se sentaba ante el piano, Manolín dejaba de estudiar, o de jugar, y se colocaba a sus pies, encogidillo, fijos los ojos en el suelo, abstraído de cuanto le rodeaba en aquellos minutos.

A veces, a través de la armonía de las notas, la hermana sentía ascender hasta ella algo así como un quejido débil, y hallaba que Manolín, con la cabeza hundida entre las manos, lloraba.

—¡Anda este! Pero ¿qué tienes, chico?

Y él:

—Nada; que me da mucha pena esa música.

Pero al otro día:

—Oye, ¿por qué no tocas aquello de ayer?

Ella accedía, y el niño se sentaba a sus pies, como siempre, y quedaba inmóvil. Enseguida, como siempre también, el llanto empezaba a resbalar sobre sus mejillas.

El padre, enterado de todo, solía decir:

—Este hijo mío ha salido tonto de capirote.

Cuando le preguntaba: «Tú, ¿qué quieres ser?», Manolín respondía: «Músico».

Para su padre, que desempeñaba el cargo de contable en una sociedad de construcciones metálicas, ser músico equivalía a no ser nada, y a los catorce años le matriculó en una academia, al objeto de que comenzase los estudios de preparación para alguna carrerita «corta y práctica».

—Si no conseguimos que meta la cabeza en el Estado, estamos perdidos —decía a su mujer—. Este pobre chico no será nada en la vida.

Pero Manolín hurtaba horas al estudio para dedicarlas al arte, y las pasaba en casa de un amigo suyo violinista.

A los veinte años manejaba algo el violín, y había fracasado varias veces como opositor a Aduanas.

Una tarde le dijo su padre:

—¡Fuera de aquí.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.